Prof. Julio Vindas Rodríguez.
Poeta y músico
jvindasrod@outlook.com
Entro al mercado, y de repente me sumerjo en un bacanal de aromas y colores, pasa un gato raudo y furtivo bajo la falda de la “viejecita” que vende tamal mudo, las tortillas humean entre canastos y flores; el mediodía sancocha su sol – redondo y cachetón -, sobre el herrumbrado techo de zinc del Mercado Central de San José.
Hierven las sopas de mondongo junto a los tamales de elote, las “ollonas” repletas de verduras y carne hacen gárgaras y gorgoritos, en todos los rincones de este “micro-cosmos”, exudando sudores y poesía … la albahaca y el tomillo, la juanilama y el orégano , penden en vilo y estornudan su último suspiro, meciendo su seco corazón en la tabla más alta del estante del hierbero; la vida aquí fluye y se recrea, como una exhalación recién bañada me abandono y me pierdo por los interminables pasillos y callejones, entre la penumbra de hamacas, bolsos y sombreros, donde lo mismo se encuentra una zonta y huérfana chancleta de cuero, abandonada hace más de cuarenta años, como se tropieza con una tosca vitrina donde se venden “brujerías”, rezos y presagios, en la que pernocta plácidamente un desteñido Cristo negro soñando eternidades, al lado de una Santísima Trinidad quebrada por la mitad y ya sin paloma, y más al fondo, la silueta de una nigüenta resignada y muda, contándose las infinitas niguas de su desolación.
Nuestro entrañable Mercado Central de San José nació el 1 de enero de 1878, fecha en que se colocó su primera piedra, sin embargo su fundación data del año 1880, cuando nuestra ciudad aún era una tranquila aldea de casitas de cal; en ese entonces habían varios mercados o plazas al aire libre, en aquel bucólico San José de antaño, en las que se vendía de todo: desde carbón hasta ganado; las primeras plazas se ubicaron en lo que hoy conocemos como el Parque Central, sin embargo habían otras, diseminadas entre la rústica geografía de calles empedradas, había una en lo que hoy es el Parque España, y otra conocida como “ La Plaza del Hospital”, en el actual Parque de la Merced; así que llegó un momento en que se hizo necesario reubicar, todas estas plazas en un solo mercado; ¡ así nació nuestro Mercado Central ¡, que sigue siendo el referente de nuestra identidad costarricense, la amalgama de tantas culturas acrisoladas a través de siglos, que poco a poco han ido tallando la sencilla idiosincrasia del tico.
Será posiblemente por eso, y porque soy de los que crecieron al calor de una cocina de leña, pero sobre todo, porque crecí aspirando el olor del cas y la guayaba, la sensualidad de la piña recién pelada, el sublime olor a sexo del maracuyá y la carambola, la benevolencia del melón, el salival placer del mango y del jocote y la desfachatez de la pulpa abierta – de par en par – de la guanábana, que toda esa mescla de olores y sabores, me fueron impregnando un universo único de aromas sin memoria, que solo se encuentra y se recrea en El Mercado. Por eso el mercado seguirá siendo el lugar de encuentro de la gente simple, esa gente que descubrió en la humildad y la generosidad, una infalible manera de compartir con sus semejantes, las nostálgicas alegrías y las tiernas desgracias que nos depara la vida; en síntesis, podría decirse que el sentido del Amor y de la Vida, podría resumirse en comer en una sencilla soda del mercado, apretujado al lado de un anciano sentado con su nieto, al que sacó a pasear, – con ese insondable y portentoso amor de abuelo – a conocer el mercado.
El Mercado ha sido y seguirá siendo el corazón en carne viva de cualquier ciudad o pueblo, donde la esperanza se pasea risueña y descalza, entre la inaudita longitud de tramos y sonrisas … mi compañera y yo también estábamos ahí, en trance y extasiados, disfrutando una indescriptible “olla de carne “, mientras los impertinentes aromas del mercado seguían inundando la vida … muchos no se dieron cuenta; ¡pero estábamos nosotros, para atestiguar el prodigio!.